domingo, 29 de noviembre de 2009

Acunando

El latido del pequeño corazón, hizo que se extremeciera; ella siempre tan dura. Fría. Su bello se erizó irremediablemente. Por un instante, todo se paró. En el fondo, no era nada más que un mínusculo amasijo de pelo revuelto y grandes ojos azules. Su respiración se hizo profunda y con cuidado, su índice repasó la frente del niño. Aquella fragilidad, le creaba un ansia y una paz infinitas. La idea de dejarlo le tentó, pero su mano no pudo más que deslizarse hacia la del pequeño. El agarre fue fuerte, casi con la seguridad de un ancla que se amarra al fondo del mar. Fue suficiente, se entendieron y él siguió sientiéndose querido entre sus brazos.

Ni los mejores momentos se pueden comprar, ni los peores vender. Simplemente : sonríe, hoy es un gran día.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Corazón de Versailles


Arrastró la cola de su vestido por todo el jardín. Perfectamente geométrico, perfectamente verde, perfectamente salpicado de flores de colores, perfectamente calculado; como su vida. Dio tres pasos más y se encontró con la verja. No se atrevió a mirar más allá. ¿Por qué salir de aquella jaula de oro?



miércoles, 25 de noviembre de 2009

Paseo de felicidad

Pamplona, 25 de noviembre de 2008

Llovizna. El cielo gris plomizo parece a punto de derrumbarse. Los arboles están llenos de pinceladas ocre, mostaza y vino. No es más que otra tarde otoñal. Los pocos transeúntes andan con pasos cortos y acelerados, preocupados por sus abrigos de ante, sus peinados y sus zapatos agujereados.


Al cruzar por un parque, una niña salta con agilidad sobre un charco. Su abuela se acerca. Le arrastra lejos de allí, con una facilidad impropia de su edad, como quien mueve un fardo. Se colocan bajo el resguardo de una arboleda. Mi sonrisa es inevitable. Mientras su boca se frunce en un gesto que parece muy suyo, los ojos de la abuela brillan de complicidad al encontrarse con los míos. Las suaves notas de Stupid Boy me acompañan en mi paseo.


Juego con el botón del bolsillo derecho de mis pantalones preferidos, algo desgastados en la pernera, algo deshilachados en los bajos y que con el paso del tiempo han perdido su original color zafiro. Las suaves gotas se deslizan entre mi pelo y caen en mi cara, sorteando la frente, jugueteando con mis pestañas, enfriando mis pómulos. Nunca me ha gustado llevar capucha. Ni paraguas. Los guantes también terminan por pegarse a mi pálida piel. Veo ondear mi bufanda gris perla y el viento me despeina. No sé muy bien en que clase de euforia estoy metida, pero no quiero que acabe. Me dan ganas de reír a carcajadas.

No me importa nada más : unas pocas gotas, un frío que enrojece tu nariz y las notas de un nuevo grupo que te ha enganchado como si toda la música que has escuchado en tu vida hubiese desaparecido de un plumazo. Mi nuevo descubrimiento, Motion City Soundtrack.


I'm addicted to words and they are useless, las palabras brotan por mis labios suavemente, de manera inconsciente. Observo las pocas personas que siguen en la calle. Un repartidor acarrea una pesada caja desde la furgoneta hasta una tienda. Una joven discute por teléfono, pobre interlocutor. Un niño, que acelera el paso tras su madre, arrastra su minúsculo paraguas por el suelo. Un hombre de unos treinta años fija su mirada en mí. Lleva una gabardina tres cuartos negra y el pelo igual de mojado que el mio. Me sonríe, puede que en respuesta a la amplia sonrisa que luzco, puede que de manera indulgente. Supongo que se preguntará, no si razón, que hace una joven canturreando por las heladas calles de Pamplona, en un día de bata y sofá.


Voy a todos y a ningún lado en particular. Autographs and Apologies me sorprende delante de una cafetería, en la parte vieja. Entro. Me sirven un café con leche y una galleta gigante. El líquido caliente resbala por mi esófago, el humo que desprende la taza se cuela por mi nariz y mis mofletes adquieren un tono rojizo aún mayor. La camarera me da los cambios. Salgo. El frío golpea mi cara, la canción ha terminado pero le sigue otra. Así sucesivamente, hasta llegar a la residencia: los pies mojados, el pelo alborotado, el abrigo chorreando y la alegría pegada al cuerpo.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Del tiempo y la compenetración

"Ya no siento nada cuando rozo las piernas de mi mujer, 
pero me duelen las mías cuando a ella le duelen las suyas."
Unamuno. 


Redescubriendo: