martes, 14 de julio de 2009

Sansón

Pasó sus pequeñas manos por cada una de sus profundas cicatrices y sonrieron a la vez. Mientras sus melenas se mezclaban con las hebras de hierba seca de aquella pradera, sus miradas eran todo lo que necesitaban para entenderse.

La barba del hombre descansó contra su cabeza, al tiempo que el sol acariciaba con suavidad el pelo pelirrojo, haciéndolo brillar. Fue quizás en ese preciso momento, cuando Dalila posó su mano sobre su corazón, en el que él renunció a su melena.